Alberto Michelotti

Nació el 14 de agosto de 1958 en Génova, Italia, donde recibió el Bautismo el 21 de agosto de 1958 en la capilla del Hospital Galliera.

Desde pequeño Alberto quedó fascinado por la figura de su abuelo materno, galardonado con una medalla de oro por un acto de heroísmo, y aprendió a cultivar los valores de la lealtad y la entrega tenaz y generosa.

Su camino de iniciación cristiana continuó con la Primera Comunión, recibida en la parroquia de San Gottardo el 28 de mayo de 1967 y con la Confirmación el 4 de junio de 1977 en la parroquia de San Bartolomeo di Staglieno.

Desde niño demostró un fuerte sentido religioso, que se convirtió en asidua participación en la oración y
compromiso de testimonio.

En su adolescencia se involucró en la vida parroquial, tanto asistiendo a la “Azione Cattolica Ragazzi” como enseñando el catecismo.

En septiembre de 1977 Alberto conoció el Movimiento de los
Focolares, en particular el grupo de jóvenes (“Nueva Generación”) a través de su párroco, Don Mario Terrile.

Alberto demostró la solidez de su carácter en el período de la Escuela, donde en sus estudios secundarios y universitarios
obtuvo excelentes resultados, particularmente en las materias científicas, en las que fue versado, recibiendo premios y reconocimientos.

Sin embargo, el éxito en sus estudios nunca lo enorgulleció: demostrando tener siempre
una sincera humildad, a la que atribuyó todos los éxitos a Dios, quien siempre puso primero en su vida.

Por otra parte, supo estar agradecido a sus camaradas, a los que no dejó de ayudar concretamente y sobre los que supo
ejercer una influencia positiva.

Su fisonomía espiritual se fortalece, alcanzando cotas cada vez más altas, con dos «amores espirituales» particulares: a Jesús Eucaristía, a quien desea recibir diariamente y a la Santísima Virgen María, que ora y enseña a orar con la
recitación del Santo Rosario.

Gracias a sus cualidades humanas enriquecidas por la Gracia, se convierte en «líder» para los demás jóvenes, que se asombran de encontrar tanta madurez y equilibrio espiritual en un contemporáneo: Alberto sabe transmitir alegría y entusiasmo en la fe a todos con su fuerte personalidad y sus ejemplos.

Si bien sentía un amor y respeto muy vivo por los miembros de su familia, respeto que se manifestaba, por ejemplo, en tratar de no recargar excesivamente el presupuesto familiar, Alberto, como se ha dicho, siempre puso a Dios primero y lo que se refería a la extensión de su Reino.

Para su propia familia fue un estímulo y un aliento en la fe, tanto que sus ejemplos pasarán a constituir lo que se
define como “el legado silencioso de Alberto”.

Fortalecido por su fe, no teme ir contra la corriente, viviendo y enseñando valores juzgados por algunos como obsoletos, como la pureza, que en cambio considera un instrumento para alcanzar la verdadera libertad.

Llevado por un deseo de entrega y compromiso absolutos, va más allá de los límites de un amor puramente «humano», arrastrando a los demás incluso a opciones radicales de consagración.

En el ámbito del Movimiento de los Focolares desarrolló una espléndida amistad espiritual con Carlo Grisolia, dos
años menor que él.

Entre ambos se formó una amistad que aunque presentaban personalidades y disposiciones diferentes, se basaba en la enseñanza recibida de la fundadora del movimiento, Chiara Lubich, que recomendaba «hacerse santos juntos».

Un deseo unía a estos dos jóvenes: poner a Dios en el centro de sus vidas. Juntos participaron en iniciativas de oración y caridad hacia los más pobres, involucrando a muchos otros jóvenes.

El 18 de agosto de 1980, Alberto se cayó y falleció durante un ascenso a una montaña.

Desde el principio se difundió una verdadera y propia fama de santidad, que se ha mantenido hasta el día de hoy, y que ha llevado a la iniciativa de iniciar la causa de canonización.